Suicidio en Do menor

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Suicidio en Do menor


Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi, do, mi, sol, mi. Aquellas notas rebotaban por todo el cuarto, cuatro paredes encerraban la agonía de aquella chica. Envuelta en llanto, sus ojos se perdían por la ventana, mirando a la urbe, que corría sin detenerse, el tiempo no espera a nadie.

Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Cada nota caía al unísono de sus latidos, la triste melodía del piano acariciaba sus mejillas, recogiendo sus lágrimas y su vida. Sobre una mesa de noche yacían sus más grandes posesiones: una caja de cigarrillos, una cuchilla, un reloj viejo y una cajita en donde dormían sus sonrisas.

Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Se detuvo, levantó su esquelético cuerpo del acolchonado asiento, para dirigirse a donde los cigarrillos, cogió uno, lo encendió con el mechero que guardaba en su bolso. Dio una bocanada al tabaco y la exhaló suavemente, como si estuviera dibujando en el aire. Acto seguido, cogió la navaja, el reloj y su caja de sonrisas. Dejó todo encima del piano, ordenándolo, como piezas de domino a punto de ser derribadas.

Abrió lentamente el estuche, sacó una sonrisa ya muy vieja, la desempolvó dando un soplido, la sostuvo con ambas manos y se la colocó encima de los labios. El sabor de aquella sonrisa sabía a verano, tenía un sabor muy peculiar, sabía a familia, a romance, quizás sabía a amor, con un toque de atardecer. Esa era su sonrisa favorita.

Tomó el reloj, aún tocaba su hermoso tick-tack de siempre. Lo hundió en lo más profundo de su bolsillo, si te quedabas en silencio, podías escucharlo, la chica se sintió por un instante como el cocodrilo de Peter Pan, aquel que nos enseñó que el tiempo persigue hasta al más temible pirata.

El plan para la cuchilla se llevaría a cabo. Muy suavemente, con delicadeza, posó el filo plateado sobre su muñeca izquierda. Las lágrimas resbalaban por su cuello, era hora. Cerró los ojos y se imaginó enfrente de millones de personas, en un auditorio enorme, digno de la Orquesta Sinfónica de Londres. En primera fila, se encontraban sus familiares, amigos y su antiguo romance. Un piano, desde la sombras, gritaba el arpegio de Do menor: do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Un suspiro lento y suave resbaló por sus labios, estaba lista. Con firmeza, hizo que el filo de la cuchilla patinara por su muñeca, adelante, atrás, adelante, atrás, como si tocara el Celo, era maravilloso, la música escapaba por sus venas, cada vez iba más rápido, le faltaba el aliento y justo al llegar al clímax, su corazón dejó de latir…cubriendo aquella habitación en un orgasmo de silencio.

de Daniel V. Publicado en Prosas

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