Ella

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Ella yacía recostada sobre las sábanas rojas de seda. Sus ojos marrones despertaban mis sentidos como un café expreso a las cinco de la mañana. Su piel, bronceada, era tan suave como el rostro de un bebé. Su cuerpo; sus hombros, su espalda, sus pechos, su cintura, su vientre, sus caderas, su sexo, sus piernas y sus pies; parecían la mismísima representación de la perfección absoluta.

Su sonrisa, tan hermosa como la Luna en su Cuarto menguante, hacía que en mi corazón, una llamarada se encendiera, ardiendo dentro de mí. Su voz, el dulce canto de un ángel, me hipnotizaba a diario al despertar. Su soltura al bailar le asemejaba a una sirena luciéndose en las profundidades del océano.

Su mirada, de esas que al encontrarse con la tuya, te despoja de tu ser por completo, te hace sentir tan vulnerable, penetrando hasta lo más profundo de tu alma sólo para hacerte sentir que sigues vivo. Su forma de andar, de sentarse, de leer, comer, dormir y hasta soñar; la hacían una estrella tan radiante como el Sol. Ella poseía un encanto natural, ella había nacido para ser admirada por nosotros los humanos, tener la oportunidad de ver a un ángel en la tierra.

Podría describir un sinfín de cosas que me encantan de ella, mas me temo que ni todo el papel del mundo alcance para plasmar su perfección a detalle. Ella se convirtió en el sueño que nunca soñé, en la perfección que jamás esperé, en la droga que nunca probé, en el futuro que nunca anhelé…ella se convirtió, en la chica que nunca imaginé.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Suicidio en Do menor

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Suicidio en Do menor


Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi, do, mi, sol, mi. Aquellas notas rebotaban por todo el cuarto, cuatro paredes encerraban la agonía de aquella chica. Envuelta en llanto, sus ojos se perdían por la ventana, mirando a la urbe, que corría sin detenerse, el tiempo no espera a nadie.

Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Cada nota caía al unísono de sus latidos, la triste melodía del piano acariciaba sus mejillas, recogiendo sus lágrimas y su vida. Sobre una mesa de noche yacían sus más grandes posesiones: una caja de cigarrillos, una cuchilla, un reloj viejo y una cajita en donde dormían sus sonrisas.

Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Se detuvo, levantó su esquelético cuerpo del acolchonado asiento, para dirigirse a donde los cigarrillos, cogió uno, lo encendió con el mechero que guardaba en su bolso. Dio una bocanada al tabaco y la exhaló suavemente, como si estuviera dibujando en el aire. Acto seguido, cogió la navaja, el reloj y su caja de sonrisas. Dejó todo encima del piano, ordenándolo, como piezas de domino a punto de ser derribadas.

Abrió lentamente el estuche, sacó una sonrisa ya muy vieja, la desempolvó dando un soplido, la sostuvo con ambas manos y se la colocó encima de los labios. El sabor de aquella sonrisa sabía a verano, tenía un sabor muy peculiar, sabía a familia, a romance, quizás sabía a amor, con un toque de atardecer. Esa era su sonrisa favorita.

Tomó el reloj, aún tocaba su hermoso tick-tack de siempre. Lo hundió en lo más profundo de su bolsillo, si te quedabas en silencio, podías escucharlo, la chica se sintió por un instante como el cocodrilo de Peter Pan, aquel que nos enseñó que el tiempo persigue hasta al más temible pirata.

El plan para la cuchilla se llevaría a cabo. Muy suavemente, con delicadeza, posó el filo plateado sobre su muñeca izquierda. Las lágrimas resbalaban por su cuello, era hora. Cerró los ojos y se imaginó enfrente de millones de personas, en un auditorio enorme, digno de la Orquesta Sinfónica de Londres. En primera fila, se encontraban sus familiares, amigos y su antiguo romance. Un piano, desde la sombras, gritaba el arpegio de Do menor: do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Un suspiro lento y suave resbaló por sus labios, estaba lista. Con firmeza, hizo que el filo de la cuchilla patinara por su muñeca, adelante, atrás, adelante, atrás, como si tocara el Celo, era maravilloso, la música escapaba por sus venas, cada vez iba más rápido, le faltaba el aliento y justo al llegar al clímax, su corazón dejó de latir…cubriendo aquella habitación en un orgasmo de silencio.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Viernes de chocolate

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Viernes de chocolate

Era una tarde noche cualquiera, caminábamos por la acera tomados de la mano.  Ella, como siempre, lucía su belleza como una rosa en plena primavera y yo era el vivo retrato de la simplicidad y lo extraño. Hablábamos sobre nuestro día en el cole, reíamos de alguna tontería que dijera el otro, saludábamos a algunos chicos que pasaban por nuestro lado; nos perdíamos en nuestras miradas, matándonos a besos, sonriendo el uno para el otro; seguro dirían que somos una pareja “perfecta”.

De un momento a otro estábamos parados justo enfrente de un pequeño local de bebidas: chocolate, café, té, etc.

-¿Quieres algo de aquí amor? –pregunté amablemente.

-Ammmm –dudando me contestó-. ¿Un chocolate?

-¿Quieres un chocolate? –pregunté de nuevo, para rectificar.

-Sí amorcito.

Nos acercamos al pequeño puesto para pedir.

-Lo molesto con un chocolate, por favor.

-¿Caliente, tibio, frío…? –nos preguntaron.

-Ammmm –miré a mi novia-.

-Caliente –contestó ella.

-Ok. –contestó un hombre detrás de un mostrador.

El hombre que atendía fue muy amable, me agrado mucho, es de ese tipo de persona que te hace sentir a gusto y te trata con mucha educación sin querer intentar hacerte plática o bromear con algo si chiste. El hombre de unos quizás cuarenta y algo preparaba el chocolate mientras yo abrazaba a mi chica y la besaba. Cuando aquel elixir café dejó que su olor inundara mi nariz mi estómago rugió y pidió a gritos que nosotros también compráramos uno.

-Lo molesto con otro chocolate, por favor. Tibio

-Claro que sí –me contestó con ese tono tan amable.

En cuanto nos entregaron nuestra orden completa, pagamos y nos despedimos de tan agradable servicio, tomamos rumbo a casa.

Llegamos al pequeño departamento que alquilábamos, no era gran cosa, era sólo momentáneo. Pasamos por la pequeña sala de estar para botar nuestras mochilas, los zapatos, los abrigos y el peso de todo el día. Con nuestras bebidas calientes en manos, nos dirigimos a la recámara.

Era un cuarto, igual, pequeño, constaba de cuatro paredes pintadas de color salmón, una cama con sábanas rojas y un par de almohadas, un armario con más ropa de ella que mía, una ventana cubierta por una cortina semitransparente que dejaba pasar la luz de la luna perfectamente y un pequeño sillón (mi favorito) en donde muchas veces nos sentamos a mirarnos fijamente, intercambiar besos y te amos, soñar juntos, dormir abrazados.

Cuando entramos, directamente fuimos a sentarnos en el sillón Ella tomó asiento primero, cruzando las piernas y dándole un sorbo a su chocolate, yo, hice una parada en un pequeño mueble en donde guardaba una gran cantidad de hojas, hojas gastadas, tatuadas con tinta…eran mis escritos. Rebusque entre mis relatos alguno que se adecuara con la noche, algo quizás romántico o de aventura, quizás algo de suspenso o un poco de misterios, quizás podría escoger un poema, quizás una prosa sin título, pude escoger infinidad de letras, pero hubo uno que me sacó una sonrisa al leer su título.

“Messaggio” (“Mensaje”, en italiano). Un escrito de hace tiempo, para mí, uno muy bonito y casi perfecto. Suspiré al tomarlo. Me dirigía hacia mi pequeña, me senté a su lado, recostándome en el sillón para que ella quedara recargada en mi pecho. Sorbo tras sorbo de chocolate, yo comenzaba a leer:

-“Calles grises y focos de led adornaban la ciudad con un tono melancólico, se acercaba la Navidad, y como todos los años, las personas estaban alborotadas por los regalos, la comida y no sé cuántas cosas más.

Caminábamos tomados de la mano, yo, me perdía en sus ojos, es su sonrisa y en su aroma. Cuando ella me miraba la besaba al instante, quizás porque no sabía que decir, con ella, jamás sé que decir, de un momento a otro siento que el diccionario entero se llena de una sola palabra, una palabra para enunciar a la belleza misma, una palabra que carecería de significado si ella no la llevara como nombre; esa palabra formada por siete letras y tres sílabas…”

A momentos, me detenía para besarla y mirarnos. Retomaba la lectura y el proceso se repetía, los minutos volaban, la noche era nuestra, el tiempo no existía.

“Apoyé mi cabeza en el asiento, quería conciliar el sueño por un rato, faltaban unas cuanta paradas más. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos el móvil comenzó a vibrar y a emitir el pequeño tono de “Lágrimas Negras” de Scar. Saqué el teléfono de mi bolsillo izquierdo y noté el aviso: Nuevo mensaje. Era ella, el mensaje, era de ella.”

Al término de la lectura, ella bostezó, sus bostezos, para mí, son una de las cosas más tiernas que he visto en la vida, literalmente, parece que sus bostezos son de una bebita. Dejamos los vasos vacíos a la orilla del sillón, me levanté para estirarme para después cargarla en mis brazos y llevarla a la cama. La recosté, la desvestí, boté su ropa en donde fuera, cogí del armario su pijama y se la puse, ella reía cuando la vestía, ponía resistencia y a veces no se dejaba vestir…ay, toda una pequeña niña. Cuando por fin la deje lista para dormir, yo me quité la camisa, dejando mi torso desnudo y el pantalón lo cambien por uno deportivo. Metí a mi chica bajo la sábanas y me recosté a su lado, la abracé, le di su beso de buenas noches y le susurré al oído.

-Te amo princesita. Descansa.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Noche de cuentos

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Era hace una vez en el reino olvidado de Arkadia, una princesa de cabellera oscura, ojos marrones de esos que te quitan el sueño, labios dulces y delicados, un cuerpo seductor delineado por el mismísimo Dios y un corazón tan puro que conquistaría al temible dragón Ícaro de las mazmorras de Blane. La princesa llevaba de nombre Carter, un nombre curioso para una chica no. Ella había sido capturada por el malévolo hechicero Magnus de la región del bosque de los suicidas, usando magia negra y maldad creó a un monstruo hecho de tijeras filosas haciendo imposible acercársele.

A pesar de no poder tocar a ese monstruo de tijeras, la princesa estaba obligada a abrazarlo cada noche, cortando su hermoso cuerpo y derramando ese líquido escarlata sobre las rocas silenciosas de la Cueva de Factis. Las lágrimas de la princesa se derramaban a diario, entre la noche ella pedía auxilio a los cuatro vientos, ser salvada, ya no quería sufrir.

Todos los habitantes de Arkadia sabían sobre la princesa Carter, pero sus intentos de salvarla eran en vano, ese ser filoso asesinaba a diestra y siniestra a todos los guerreros que lo desafiaban…la princesa parecía no tener esperanza. Hasta que un día, de las tierras frías de Reux un joven delgado de cabellera castaña, tez morena clara (extraño) solitario y pesimista llego al reino olvidado. Al llegar, la historia de la princesa llegó a sus oídos en cuestión de minutos y sin pensarlo, fue corriendo a la armería del pueblo, cogió una espada de plata con mango de diente de lobo negro, proveniente del rio Hellum.

Corrió y corrió a toda prisa hacia la Cueva de Factis a por la princesa, el sudor de su frente era frío, el chico, de nombre Daleck, tenía miedo, miedo a morir a manos de esas tijeras, pero algo en su corazón le decía que esa princesa lo necesita. Cuando llego a la entrada de esa sombría cueva, empuñó la espada y fue con todo el valor del mundo a degollar a ese monstruo de tijeras, acercarse le costó un par de cortes en sus brazos, piernas, pecho, abdomen y cara, pero no le importó, pues el deseo de ayudar a esa princesa le daba fuerzas para seguir. Cuando asesinó por fin al malévolo monstruo fue corriendo a la entrada de la prisión de la princesa Carter. De un golpe rompió la cerradura y cuando entró…vio a la princesa llorando, con la mirada perdida, Daleck fue corriendo a sus lado, la abrazó, le beso y le dijo:

-Tranquila pequeña, yo te cuido.

Cuentan las leyendas que aún ven a esa feliz pareja navegando por la orilla del rio Hellum en compañía de los lobos negros cantándole a la luna. Daleck escribe poemas a diario para su princesa, besa sus cicatrices y ella las de él, se cuidan el uno al otro…dicen las leyendas que vivirán felices para siempre por el resto de los tiempos. Fin.

***

-Ahora a dormir niños que mañana deben ir al cole, papá debe ir a trabajar al igual que su madre –les dijo el hombre a sus hijos.

-Por favor papi, sigue con la historia –dijo la menor de sus hijas.

-No puedo Annie, tu mamá me espera, sabes que no duerme si yo no estoy en la cama. Descansen hijos.

-Buenas noches papá –gritaron al unísono los tres niños (un varón y dos pequeñas).

-Hasta mañana Dante, hasta mañana Alice, hasta mañana pequeña Annie. Descansen –se despidió el padre besando a cada uno de sus hijos y cerrando la puerta tras de él.

Al llegar a su alcoba, su esposa preguntó. -¿Y ahora qué historia les contaste?

-La historia sobre la princesa de Arkadia –dijo el hombre metiéndose bajo las sábanas.

-Cariño, me encanta que les cuentes historias a los niños. Mi gran escritor –le susurro la mujer a su esposo, le dio un beso en los labios y lo abrazó.

-Descansa pequeña…yo te cuido –agregó el hombre antes de apagar la luz.

de Daniel V. Publicado en Prosas

La bailarina vecina

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La bailarina vecina

La última caja de mudanza estaba dentro de aquel apartamento color gris apagado, piso de madera, paredes desgastadas, techo blanco cubierto de polvo y telarañas, cuatro cuartos: la sala de estar, el cuarto de baño, una recamara y la cocina, no era nada extravagante, pero bastaba para vivir. El chico recién llegado era un tipo con pinta de estudiante aburrido, cabellera castaña, ojos marrones, sonrisa poca estilizada, una barba de hace una semana, playera negra de cuello en V, jeans gastados color azul marino muy oscuro (casi parecía negro), un par de converse negros; típicos de la sociedad joven. Su edad rondaba por los veinte años, su carácter era frío e insípido, enigmático, me atreveré a llamarlo, su mirada era apagada, como si no hubiera vida en sus ojos.

Cerró la puerta del apartamento estrepitosamente con la pierna, dejó la caja, que llevaba en brazos, justo delante de una ventana llena de polvo. Lanzó un suspiro al aire sabiendo que tendría que limpiar todo antes de poder instalarse. Puso manos a la obra, comenzando primeramente por el cuarto de baño, siguiendo con la recamara, la cocina y por último la sala de estar. Pasaron así unas cuatro horas, quizás cinco. Cuando por fin terminó, se sentó en un gastado sillón a devorar una pizza que pidió de un establecimiento al doblar la esquina de la calle Villa Cuervo.

Al dejar la caja de pizza sin una migaja se propuso a desempacar. Primero la recamara: sus sabanas y cobertores fueron encima de la cama, sus ropas en el armario y cajones, sus objetos personales como libros, recuerdos, medallas de algunas competencias y otras curiosidades tuvieron lugar en una pequeña cómoda al lado derecho de su cama. Lo que le siguió fue el cuarto de baño, jabón, pasta de dientes, el cepillo, una toalla para las manos y otra para cuando saliera de bañarse (era seguro que se bañaría esa misma noche), un rastrillo para afeitarse en la mañana. Le siguió la cocina que se apresuró a llenar con comida fresca, platos, cubiertos y todo lo demás en las alacenas.

Lo más fácil fue la sala de estar, colgó unos cuadros obra de un loco artista que adoraba los vampiros y todo lo que tiene que ver con la oscuridad de la noche. Una mochila quedó arrumbada por un rincón, algunos discos compactos adornaban los laterales de la televisión que descansaban en un mueble, un reproductor de DVD y una XBOX eran todo el entretenimiento que necesitaba aquel chico.

Por fin llegada la noche, el chico decidió tomar una ducha. Se dirigió hacia la recamara y tomó ropa limpia, todo exceptuando una camisa (era de noche y hacía mucho calor). Entró al cuarto de baño cerrando la puerta. Se apresuró a abrir la llave caliente de la regadera y quitarse la ropa sucia, en el móvil puso un tracklist relajado, música clásica, baladas y demás. El agua acariciaba su cuerpo lleno de sudor y tensión acumulada por el cambio de dirección, veinte minutos se le pasaron volando dentro de la regadera, al percatarse de ello decidió salir: cerró la llave, salió de la regadera, tomó la toalla para secarse, al quererse vestir se dio cuenta que olvidó la ropa en la estancia, así que cubrió su cintura hacía bajo con la toalla y salió a buscar la ropa limpia. Para cuando la encontró el frío se había apoderado de su cuerpo…se puso rápido la ropa interior, seguido de unos jeans viejos y sus tenis. Cubrió su torso con la toalla para quitarse es frío que le helaba la piel.

Al cabo de unos minutos, el joven decidió ver una película, rebuscando entre su colección entro la indicada para esa noche de cambios. Would you rather? (¿Qué prefieres?) Era el título que rezaba en la tapadera del DVD que descansaba en las manos del chico, una película algo sangrienta en donde Sasha Grey, salía sin hacer ningun acto sexual, pero ella no era la actriz principal en esta película, para eso debes dirigirte a alguna página pornográfica y teclear Sasha Grey, inmensa cantidad de vídeos y películas que encontrarás de ella. En fin, regresando a lo importante, la película comenzó, el chico se había hecho de un tazón de palomitas de mantequilla y un refresco sabor manzana sin gas (dado que el chico lo había agitado toda la tarde para eso). Las primeras escenas fuertes salían a la luz, eso es lo que le gustaba al chico, sangre, sangre y más sangre.

Eran las doces de la madrugada, el film estaba por terminar, era la parte en donde la ex-actriz  porno, moría ahogada por su propia decisión al abrir ese sobre sorpresa que el anfitrión había puesto frente a ella. De repente, una puerta cerrándose se logra escuchar en el departamento de arriba, el chico saltó por el ruido que hizo. –Quién llega a casa a estas horas –dijo para sí mismo. Dejó de preguntarse y regresó a ver la película, pero el ruido del vecino de arriba era cada vez más fuerte, pasos y pasos por todo el suelo que para el chico, era su techo, música clásica sonaba dentro de aquel otro apartamento.

A pesar de tener un ruido molesto en su techo, el chico pudo dormir bien, pero no fue hasta la mañana siguiente que conoció a su vecina, sí, era una chica. La música clásica sonaba a todo volumen, pasos y pasos la acompañaban como una bella danza, el chico estaba seguro de que su vecina era bailarina, a juzgar por la música era una bailarina de ballet clásico. Así pasaron horas y horas de ardua práctica de baile.

Ella danzaba y el chico panza arriba en el sillón, escuchando el arte de su vecina, imaginando cómo sería ella, sabía que esas danzantes mujeres solían ser jóvenes, muy hermosas y un deleite a la vista. Una nueva adicción se había formado en la cabeza del chico…era ella, ella se volvió su profunda adicción. Día tras día, soñaba con ella, cómo sería, qué tan bella sería, si él le agradaría, era todo un misterio. Podría parecer imposible, pero con cada paso, cada salto, él se enamoraba de ella sin siquiera conocerla.

Tantas veces bajando por las escaleras imaginó encontrarse con la misteriosa bailarina del piso de arriba, pero era difícil saber quién sería ella. No había nada más en la cabeza del chico, su llegada al departamento era para esperar los pasos de la bailarina en su techo, imaginarla bailando sólo para él, sonriéndole, amándole. Ella siempre era puntual, a las seis de la tarde comenzaba su rutina y la odisea del chico.

Pasó un mes, el chico se dirigía a su hogar en un día lluvioso, cuando encontró a una chica fuera del edificio empapada esperando bajo el pequeño techo de la entrada.

-Hola –dijo el chico-. ¿Vives aquí?

-Sí, pero se me han olvidado las llaves en el apartamento –contestó la chica entre temblores.

-Okey, descuida, yo te abriré y si quieres puedes quedarte en mi departamento, podrás secarte, quitarte la ropa mojada y darte una ducha –le ofreció el chico también empapado.

-Gracias, pero no quiero molestar.

-Descuida, no molestas. Soy Daniel, mucho gusto –le tendió la mano mientras con la otra se sacaba las llaves del bolsillo de la chaqueta.

-Soy Vale…bueno, Valeria, pero llámame Vale –le dio la mano.

-De acuerdo, Vale. Ya está, entremos, subamos a mi apartamento.

Uno, dos, tres….veinticinco, veintiséis escalones subieron para llegar al departamento del muchacho. Abrió la puerta lo más rápido que pudo dejando entra a su nueva conocida. –Siéntete como en casa –te prepararé algo mientras te das una ducha, hay ropa en mi recamara, unas playeras y unos jeans es lo más que puedes encontrar –mencionó Daniel-. No te preocupes por ducharte, puedes ponerle seguro a la puerta del baño, no es que sea nadie peligroso, pero así estarás más segura.

-Sí, gracias…voy a… -la chica se sonrojó, se apresuró a buscar ropa y entró al cuarto de baño. Se deshizo de la ropa mojada, abrió la llave caliente del agua, espero unos momentos y entró. El agua resbalaba por sus hombros, sus pechos, su vientre, su sexo, sus piernas hasta sus pies. El calor era reconfortante después de helarse fuera del edificio. Al salir de la ducha, Daniel le esperaba con un rico platillo de salmón con almendras. La cena es lo de menos, apenas si esbozaron palabra.

En cuanto Valeria terminó ambos se despidieron, al parecer el dueño del edificio ya había logrado abrir el apartamento de la chica. –Gracias de nuevo Daniel, perdón por la molestia –dijo sonriendo la chica. –No te preocupes, fue un placer –agregó Daniel. La chica le dio un beso en la mejilla y un abrazo que hizo sonrojar al chico.

-Antes de irte, en qué piso vives, quizás te visite y vayamos a por un café –mencionó Daniel antes de que ella cruzara la puerta, imaginando lo maravilloso que sería que esa chica de ojos cafés que te quitan el sueño, unos labios tiernos y suaves, un cuerpo seductor y delineado, una sonrisa blanca como las perlas, piel de seda y voz encantadora fuera aquella bailarina que lo había enamorado y robado todo pensamiento.

-Yo…vivo arriba, justo arriba de ti –contestó la chica, cerrando la puerta.

El chico quedó atónito, aquella chica tan hermosa…aquella chica que encontró en medio de la lluvia y llevó a casa para ducharse, era…aquella bailarina vecina que tanto anhelaba conocer.

Dedicatoria: Este no es más que otro escrito en la historia de este autor, pero está dedicado a mi pequeña bailarina, a mi amor, a la mujer que amo: Valeria Avila Aguilar, que me mostró la belleza del ballet, que me ha robado el sueño tantas noches imaginando que baila para mí. Esto está completamente alejado de la realidad, esto jamás pasó, nunca la conocí por ser una bailarina en el piso de arriba de mi casa, pero al igual que en este escrito, la conocí por casualidad. Esto es para ti amor, para ti princesa, para ti chica de ojos marrones, sonrisa perfecta y corazón bondadoso…esto es para ti pequeña, por ser mi más grande inspiración.

Por siempre tuyo:
Daniel Valdez

de Daniel V. Publicado en Prosas

La princesa suicida

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Conocí a una princesa, de ojos marrones y de negra cabellera, de labios seductores y sonrisa pintada con acuarela. De vestido gris como la niebla y zapatillas blancas como la luna llena. Se trataba de la Princesa Suicida que gobernaba en algún sitio del país de las pesadillas.

El Reino de los espejos rotos se llamaba sus tierras, sembradíos de rosas y miles de tijeras adornaba las casas y ciudadelas. Conté sus cortes: uno, dos, tres, cuatro; cuatro cortes en cada brazo. Un líquido carmesí corría por sus manos, se deslizaba por un par de tijeras en su regazo.

Levanté su rostro, sequé sus lágrimas, me miró fijo y me abrazo sin previo aviso. –¿Qué pasa? –pregunté entristecido. Me miró de nuevo inundándome con su aliento tan frío. –Nada. –dijo entre llantos. Tome sus manos, -A mí no me engañas pequeña princesa. Y sin vacilar, le besé con delicadeza.

Probé sus dulces labios que se mezclaban con lágrimas, sus muñecas aún sangraban, la sangre brotaba y la vida de ella escapaba, si no hacía algo su alma sería quebrantada. La besé con más fuerza, sostuve sus muñecas manchándome con sangre de ella, el rojo escarlata se detenía poco a poco, sentía que su rostro se ponía rojo, quizás fue el beso o al vida que regresaba, cuando me alejé de ella me atrapó su mirada. Sus ojos tan tiernos llenos de delicadeza, juré que me enamoraría de ella. Me volvió a besar, tirando las tijeras, las tomé y le dije a ella: -Anda, tiremos esto al río, seguro tu reinado sería mejor con un amigo. Me tomó de la mano, jamás me dio aviso de sus caricias, pero mis dedos jamás respondían, quedaban inmóviles antes sus sonrisas, antes sus miradas tan iluminativas.

El país de las pesadillas tenía nueva reina, esta vez su mundo eran sonrisas y a pesar de no ser un príncipe de la realeza, la tomé como esposa un día de primavera. Creando así el Reino de las lágrimas de acuerela en donde todos los amantes harían el amor por jardineras y escaleras, en donde todos serían felices sin tijeras, sin calaveras.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Salto al vacío

Salto al vacío

El chico miró ese parque con melancolía, recordando aquellos días grises de su infancia donde niños por montones jugaban al futbol con porterías hechas con piedras. A ese extraño chico jamás le gusto jugar al balón, jamás le gustaron lo coches o tomar refresco en las fiestas, el sabor de esa bebida le causaba arcadas.

Ahora que era mayor, seguía siendo el chico solitario sentado en cualquier baile, aislado del mundo exterior, creando amigos imaginarios entre páginas arrugadas de un cuaderno viejo. El boli, su único confidente, el que tatuaba en tinta los más oscuros sentimientos del insípido corazón del muchacho.

El cielo insulso brillaba más que otros días, lastimaba lo ojos ver tanta hipocresía en la gente, ver tantas sonrisas falsas por la calle, ver a tontos escribiendo por chat “Jaja” estando más serios que un guardia. El chico hubiera deseado pasar en frente de cada persona en aquella lúgubre avenida y gritarles: -¡Jodete!-

Al no poder hacer lo anterior, se levantó de la banca en donde contemplaba al mundo y tomó camino a su departamento. Al llegar, salió al balcón, lanzó su cuaderno y bolígrafo hacia la calle transitada de Londres, acto siguiente, tomó impulso y se lanzó hacia el vacío, cerró los ojos mientras caía, dejándose llevar en los brazos de Morfeo y así, despidiéndose de este mundo de mierda.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Messaggio

Messaggio

Calles grises y focos de led adornaban la ciudad con un tono melancólico, se acercaba la Navidad, y como todos los años, las personas estaban alborotadas por los regalos, la comida y no sé cuántas cosas más.

Caminábamos tomados de la mano, yo, me perdía en sus ojos, es su sonrisa y en su aroma. Cuando ella me miraba la besaba al instante, quizás porque no sabía que decir, con ella, jamás sé que decir, de un momento a otro siento que el diccionario entero se llena de una sola palabra, una palabra para enunciar a la belleza misma, una palabra que carecería de significado si ella no la llevara como nombre; esa palabra formada por siete letras y tres sílabas.

El tiempo pasaba volando más rápido que un caza rompiendo la barrera del sonido, el reloj del móvil marcaba las 11:00 am y en un segundo, podría marcar las 11:00 pm. Con ella jamás me he sentido solo, con ella puedo comerme al mundo o darle mil vueltas en 80 versos, con ella, cada segundo se vuelve una vida.

Cerré los ojos a mitad de la calle, me puse a pensar, a reflexionar. Yo a ella le encontré por accidente, jamás he creído en el destino, pero tampoco juego al azar; jamás sabré porque ella se sentó a mi lado, habiendo tantos chicos en esa aula de clases, ella tuvo que sentarse a lado mío. En ese momento no lo sabía, no sabía que en unos meses estaría compartiendo mi vida con ella, no sabía que en unos meses le estaría besando todos los días al llegar al cole, no tenía idea de que ella se volvería la persona más especial en mi demacrada vida.

Abrí los ojos y ella estaba ahí, sabía bien que no era un sueño, una fantasía de esas que tienes al dormir, ella era real estaba ahí, conmigo, ella estaba conmigo. Como mencioné antes, el tiempo pasaba volando cuando esa chica de ojos marrones te besaba, cuando acariciaba tu cuello son sus labios, cuando sus brazos te rodean en un abrazo eterno, cuando su boca entona un “te quiero”.

Las puertas se abrieron y tuvimos que separarnos, le di solo un beso, le dije: -Te quiero.- Fue tan rápido que pensé que no me escuchó, fue la peor despedida que le he dado. El tren retomó su viaje y yo le miré con cariño, la vi alejándose en ese andén lúgubre e insulso, casi lloraba de tristeza, desearía haber tenido más tiempo para decirle un “hasta luego pequeña” y ver esa sonrisa que me encanta. Me di media vuelta, tomé asiento entre un hombre que leía el periódico y una mujer con un bebe en brazos. Miré hacia las ventanas e imaginé su rostro dibujado en el cielo, me imaginaba a su lado, besándola, abrazándola, viviendo felices, navegando entre océanos, dejándole notas debajo de la almohada, mirándola mientras escribo un poema, resumiendo; me imaginaba viviendo juntos por el resto del jodido tiempo.

Apoyé mi cabeza en el asiento, quería conciliar el sueño por un rato, faltaban unas cuanta paradas más. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos el móvil comenzó a vibrar y a emitir el pequeño tono de “Lágrimas Negras” de Scar. Saqué el teléfono de mi bolsillo izquierdo y noté el aviso: Nuevo mensaje. Era ella, el mensaje era de ella.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Carpe Diem

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Tantas veces nos miramos al espejo para preguntarnos lo guapo que somos, tantas veces miramos el reloj para saber cuánto falta para la hora esperada, tantas veces miramos al cielo y pedimos un milagro, tantas veces nos preguntamos: ¿a qué estoy esperando?

Yo me cansé de levantarme cada día, dirigirme al lavabo y ver ese rostro burlándose de mí, me cansé de mirar mi reloj y que el tiempo me diga que soy cada vez más viejo, me cansé de creer en un Dios que no me ha dado más que desgracias, me cansé de hacerme preguntas y no encontrar respuesta.

El mundo avanza contigo o sin ti, debes saberlo. El mundo te da la espalda cuando tienes problemas. El mundo te cierra en cara la puerta cuando quieres ser feliz, pero a pesar de tantas cosas, a pesar de tantas desgracias o lo deprimido que puedas estar, recuerda: “Todo, puede mejorar”.

Quizás me digas: –Se realista, el mundo no es feliz-. Yo sinceramente detesto a los realistas (pesimistas) que creen que todos debemos de ser miserables como ellos. Quizás el día esté más gris de lo que podamos imaginar, pero nosotros podemos pintar el presente de mil colores nuevos. Te daré un consejo, levántate de ese sofá que suele ser tu vida y cambia tu rumbo. Carpe Diem!

de Daniel V. Publicado en Prosas

Entre calles y recuerdos…

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El sonido de la noche llenaba mi cabeza, lo coches pasaban de largo lanzándome sus luces a diestra y siniestra. La gente me miraba de reojo, quizás era porque hablaba solo o solamente les he dado desconfianza. Volviendo a mi soledad; yo vagaba por la calles lúgubres de Distrito Federal perdido en recuerdos y abrazos. Me imaginaba a su lado, preguntándome si ella piensa en mí como yo en ella.

La luna, el amante más antigua de los corazones rotos y los poetas desolados, lloraba por mi ausencia. Hace mucho que no iba a visitarla y le contaba mis penas, mis tristezas, mis sentimientos más profundos. Decidí hacerlo esa misma noche, pero esta vez no era yo el que lloraba, esta vez no estaba triste…esta vez, yo, no sufría.

El astro nocturno me rechazó en sus aposentos, me dijo que no era el mismo, que mi corazón latía de nuevo, que mis letras tenían una nueva dueña y para eso, el Sol era el indicado. Seguí su consejo, fui en busca de la estrella más brillante del sistema estelar, pero no estaba seguro de que recibiría un nuevo hijo.

De vuelta en la Tierra me topé con una pareja de jóvenes, estaban abrazados y se querían mutuamente. En los ojos de la chica veía la fragilidad de un corazón y en los del joven, una llama ardía con fulgor. Esbocé una sonrisa hacia mis adentros y seguí mi camino.

Lo que había visto me hizo recordar, recordar sus ojos marrones mirándome, sus manos por mi cabello, su cuerpo contra el mío; sentí un vuelco en mi corazón que hizo que soltara un pequeño alarido. Mis manos se tensaron, mis piernas quedaron inmóviles, mi garganta llevaba un nudo encima, mis ojos soltaron lágrimas.

Corrí lo más que pude, lo más lejos que conocía y a los cuatro vientos grite: ¡TE QUIERO!

de Daniel V. Publicado en Prosas