Viernes de chocolate

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Viernes de chocolate

Era una tarde noche cualquiera, caminábamos por la acera tomados de la mano.  Ella, como siempre, lucía su belleza como una rosa en plena primavera y yo era el vivo retrato de la simplicidad y lo extraño. Hablábamos sobre nuestro día en el cole, reíamos de alguna tontería que dijera el otro, saludábamos a algunos chicos que pasaban por nuestro lado; nos perdíamos en nuestras miradas, matándonos a besos, sonriendo el uno para el otro; seguro dirían que somos una pareja “perfecta”.

De un momento a otro estábamos parados justo enfrente de un pequeño local de bebidas: chocolate, café, té, etc.

-¿Quieres algo de aquí amor? –pregunté amablemente.

-Ammmm –dudando me contestó-. ¿Un chocolate?

-¿Quieres un chocolate? –pregunté de nuevo, para rectificar.

-Sí amorcito.

Nos acercamos al pequeño puesto para pedir.

-Lo molesto con un chocolate, por favor.

-¿Caliente, tibio, frío…? –nos preguntaron.

-Ammmm –miré a mi novia-.

-Caliente –contestó ella.

-Ok. –contestó un hombre detrás de un mostrador.

El hombre que atendía fue muy amable, me agrado mucho, es de ese tipo de persona que te hace sentir a gusto y te trata con mucha educación sin querer intentar hacerte plática o bromear con algo si chiste. El hombre de unos quizás cuarenta y algo preparaba el chocolate mientras yo abrazaba a mi chica y la besaba. Cuando aquel elixir café dejó que su olor inundara mi nariz mi estómago rugió y pidió a gritos que nosotros también compráramos uno.

-Lo molesto con otro chocolate, por favor. Tibio

-Claro que sí –me contestó con ese tono tan amable.

En cuanto nos entregaron nuestra orden completa, pagamos y nos despedimos de tan agradable servicio, tomamos rumbo a casa.

Llegamos al pequeño departamento que alquilábamos, no era gran cosa, era sólo momentáneo. Pasamos por la pequeña sala de estar para botar nuestras mochilas, los zapatos, los abrigos y el peso de todo el día. Con nuestras bebidas calientes en manos, nos dirigimos a la recámara.

Era un cuarto, igual, pequeño, constaba de cuatro paredes pintadas de color salmón, una cama con sábanas rojas y un par de almohadas, un armario con más ropa de ella que mía, una ventana cubierta por una cortina semitransparente que dejaba pasar la luz de la luna perfectamente y un pequeño sillón (mi favorito) en donde muchas veces nos sentamos a mirarnos fijamente, intercambiar besos y te amos, soñar juntos, dormir abrazados.

Cuando entramos, directamente fuimos a sentarnos en el sillón Ella tomó asiento primero, cruzando las piernas y dándole un sorbo a su chocolate, yo, hice una parada en un pequeño mueble en donde guardaba una gran cantidad de hojas, hojas gastadas, tatuadas con tinta…eran mis escritos. Rebusque entre mis relatos alguno que se adecuara con la noche, algo quizás romántico o de aventura, quizás algo de suspenso o un poco de misterios, quizás podría escoger un poema, quizás una prosa sin título, pude escoger infinidad de letras, pero hubo uno que me sacó una sonrisa al leer su título.

“Messaggio” (“Mensaje”, en italiano). Un escrito de hace tiempo, para mí, uno muy bonito y casi perfecto. Suspiré al tomarlo. Me dirigía hacia mi pequeña, me senté a su lado, recostándome en el sillón para que ella quedara recargada en mi pecho. Sorbo tras sorbo de chocolate, yo comenzaba a leer:

-“Calles grises y focos de led adornaban la ciudad con un tono melancólico, se acercaba la Navidad, y como todos los años, las personas estaban alborotadas por los regalos, la comida y no sé cuántas cosas más.

Caminábamos tomados de la mano, yo, me perdía en sus ojos, es su sonrisa y en su aroma. Cuando ella me miraba la besaba al instante, quizás porque no sabía que decir, con ella, jamás sé que decir, de un momento a otro siento que el diccionario entero se llena de una sola palabra, una palabra para enunciar a la belleza misma, una palabra que carecería de significado si ella no la llevara como nombre; esa palabra formada por siete letras y tres sílabas…”

A momentos, me detenía para besarla y mirarnos. Retomaba la lectura y el proceso se repetía, los minutos volaban, la noche era nuestra, el tiempo no existía.

“Apoyé mi cabeza en el asiento, quería conciliar el sueño por un rato, faltaban unas cuanta paradas más. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos el móvil comenzó a vibrar y a emitir el pequeño tono de “Lágrimas Negras” de Scar. Saqué el teléfono de mi bolsillo izquierdo y noté el aviso: Nuevo mensaje. Era ella, el mensaje, era de ella.”

Al término de la lectura, ella bostezó, sus bostezos, para mí, son una de las cosas más tiernas que he visto en la vida, literalmente, parece que sus bostezos son de una bebita. Dejamos los vasos vacíos a la orilla del sillón, me levanté para estirarme para después cargarla en mis brazos y llevarla a la cama. La recosté, la desvestí, boté su ropa en donde fuera, cogí del armario su pijama y se la puse, ella reía cuando la vestía, ponía resistencia y a veces no se dejaba vestir…ay, toda una pequeña niña. Cuando por fin la deje lista para dormir, yo me quité la camisa, dejando mi torso desnudo y el pantalón lo cambien por uno deportivo. Metí a mi chica bajo la sábanas y me recosté a su lado, la abracé, le di su beso de buenas noches y le susurré al oído.

-Te amo princesita. Descansa.

de Daniel V. Publicado en Prosas

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