La bailarina vecina

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La bailarina vecina

La última caja de mudanza estaba dentro de aquel apartamento color gris apagado, piso de madera, paredes desgastadas, techo blanco cubierto de polvo y telarañas, cuatro cuartos: la sala de estar, el cuarto de baño, una recamara y la cocina, no era nada extravagante, pero bastaba para vivir. El chico recién llegado era un tipo con pinta de estudiante aburrido, cabellera castaña, ojos marrones, sonrisa poca estilizada, una barba de hace una semana, playera negra de cuello en V, jeans gastados color azul marino muy oscuro (casi parecía negro), un par de converse negros; típicos de la sociedad joven. Su edad rondaba por los veinte años, su carácter era frío e insípido, enigmático, me atreveré a llamarlo, su mirada era apagada, como si no hubiera vida en sus ojos.

Cerró la puerta del apartamento estrepitosamente con la pierna, dejó la caja, que llevaba en brazos, justo delante de una ventana llena de polvo. Lanzó un suspiro al aire sabiendo que tendría que limpiar todo antes de poder instalarse. Puso manos a la obra, comenzando primeramente por el cuarto de baño, siguiendo con la recamara, la cocina y por último la sala de estar. Pasaron así unas cuatro horas, quizás cinco. Cuando por fin terminó, se sentó en un gastado sillón a devorar una pizza que pidió de un establecimiento al doblar la esquina de la calle Villa Cuervo.

Al dejar la caja de pizza sin una migaja se propuso a desempacar. Primero la recamara: sus sabanas y cobertores fueron encima de la cama, sus ropas en el armario y cajones, sus objetos personales como libros, recuerdos, medallas de algunas competencias y otras curiosidades tuvieron lugar en una pequeña cómoda al lado derecho de su cama. Lo que le siguió fue el cuarto de baño, jabón, pasta de dientes, el cepillo, una toalla para las manos y otra para cuando saliera de bañarse (era seguro que se bañaría esa misma noche), un rastrillo para afeitarse en la mañana. Le siguió la cocina que se apresuró a llenar con comida fresca, platos, cubiertos y todo lo demás en las alacenas.

Lo más fácil fue la sala de estar, colgó unos cuadros obra de un loco artista que adoraba los vampiros y todo lo que tiene que ver con la oscuridad de la noche. Una mochila quedó arrumbada por un rincón, algunos discos compactos adornaban los laterales de la televisión que descansaban en un mueble, un reproductor de DVD y una XBOX eran todo el entretenimiento que necesitaba aquel chico.

Por fin llegada la noche, el chico decidió tomar una ducha. Se dirigió hacia la recamara y tomó ropa limpia, todo exceptuando una camisa (era de noche y hacía mucho calor). Entró al cuarto de baño cerrando la puerta. Se apresuró a abrir la llave caliente de la regadera y quitarse la ropa sucia, en el móvil puso un tracklist relajado, música clásica, baladas y demás. El agua acariciaba su cuerpo lleno de sudor y tensión acumulada por el cambio de dirección, veinte minutos se le pasaron volando dentro de la regadera, al percatarse de ello decidió salir: cerró la llave, salió de la regadera, tomó la toalla para secarse, al quererse vestir se dio cuenta que olvidó la ropa en la estancia, así que cubrió su cintura hacía bajo con la toalla y salió a buscar la ropa limpia. Para cuando la encontró el frío se había apoderado de su cuerpo…se puso rápido la ropa interior, seguido de unos jeans viejos y sus tenis. Cubrió su torso con la toalla para quitarse es frío que le helaba la piel.

Al cabo de unos minutos, el joven decidió ver una película, rebuscando entre su colección entro la indicada para esa noche de cambios. Would you rather? (¿Qué prefieres?) Era el título que rezaba en la tapadera del DVD que descansaba en las manos del chico, una película algo sangrienta en donde Sasha Grey, salía sin hacer ningun acto sexual, pero ella no era la actriz principal en esta película, para eso debes dirigirte a alguna página pornográfica y teclear Sasha Grey, inmensa cantidad de vídeos y películas que encontrarás de ella. En fin, regresando a lo importante, la película comenzó, el chico se había hecho de un tazón de palomitas de mantequilla y un refresco sabor manzana sin gas (dado que el chico lo había agitado toda la tarde para eso). Las primeras escenas fuertes salían a la luz, eso es lo que le gustaba al chico, sangre, sangre y más sangre.

Eran las doces de la madrugada, el film estaba por terminar, era la parte en donde la ex-actriz  porno, moría ahogada por su propia decisión al abrir ese sobre sorpresa que el anfitrión había puesto frente a ella. De repente, una puerta cerrándose se logra escuchar en el departamento de arriba, el chico saltó por el ruido que hizo. –Quién llega a casa a estas horas –dijo para sí mismo. Dejó de preguntarse y regresó a ver la película, pero el ruido del vecino de arriba era cada vez más fuerte, pasos y pasos por todo el suelo que para el chico, era su techo, música clásica sonaba dentro de aquel otro apartamento.

A pesar de tener un ruido molesto en su techo, el chico pudo dormir bien, pero no fue hasta la mañana siguiente que conoció a su vecina, sí, era una chica. La música clásica sonaba a todo volumen, pasos y pasos la acompañaban como una bella danza, el chico estaba seguro de que su vecina era bailarina, a juzgar por la música era una bailarina de ballet clásico. Así pasaron horas y horas de ardua práctica de baile.

Ella danzaba y el chico panza arriba en el sillón, escuchando el arte de su vecina, imaginando cómo sería ella, sabía que esas danzantes mujeres solían ser jóvenes, muy hermosas y un deleite a la vista. Una nueva adicción se había formado en la cabeza del chico…era ella, ella se volvió su profunda adicción. Día tras día, soñaba con ella, cómo sería, qué tan bella sería, si él le agradaría, era todo un misterio. Podría parecer imposible, pero con cada paso, cada salto, él se enamoraba de ella sin siquiera conocerla.

Tantas veces bajando por las escaleras imaginó encontrarse con la misteriosa bailarina del piso de arriba, pero era difícil saber quién sería ella. No había nada más en la cabeza del chico, su llegada al departamento era para esperar los pasos de la bailarina en su techo, imaginarla bailando sólo para él, sonriéndole, amándole. Ella siempre era puntual, a las seis de la tarde comenzaba su rutina y la odisea del chico.

Pasó un mes, el chico se dirigía a su hogar en un día lluvioso, cuando encontró a una chica fuera del edificio empapada esperando bajo el pequeño techo de la entrada.

-Hola –dijo el chico-. ¿Vives aquí?

-Sí, pero se me han olvidado las llaves en el apartamento –contestó la chica entre temblores.

-Okey, descuida, yo te abriré y si quieres puedes quedarte en mi departamento, podrás secarte, quitarte la ropa mojada y darte una ducha –le ofreció el chico también empapado.

-Gracias, pero no quiero molestar.

-Descuida, no molestas. Soy Daniel, mucho gusto –le tendió la mano mientras con la otra se sacaba las llaves del bolsillo de la chaqueta.

-Soy Vale…bueno, Valeria, pero llámame Vale –le dio la mano.

-De acuerdo, Vale. Ya está, entremos, subamos a mi apartamento.

Uno, dos, tres….veinticinco, veintiséis escalones subieron para llegar al departamento del muchacho. Abrió la puerta lo más rápido que pudo dejando entra a su nueva conocida. –Siéntete como en casa –te prepararé algo mientras te das una ducha, hay ropa en mi recamara, unas playeras y unos jeans es lo más que puedes encontrar –mencionó Daniel-. No te preocupes por ducharte, puedes ponerle seguro a la puerta del baño, no es que sea nadie peligroso, pero así estarás más segura.

-Sí, gracias…voy a… -la chica se sonrojó, se apresuró a buscar ropa y entró al cuarto de baño. Se deshizo de la ropa mojada, abrió la llave caliente del agua, espero unos momentos y entró. El agua resbalaba por sus hombros, sus pechos, su vientre, su sexo, sus piernas hasta sus pies. El calor era reconfortante después de helarse fuera del edificio. Al salir de la ducha, Daniel le esperaba con un rico platillo de salmón con almendras. La cena es lo de menos, apenas si esbozaron palabra.

En cuanto Valeria terminó ambos se despidieron, al parecer el dueño del edificio ya había logrado abrir el apartamento de la chica. –Gracias de nuevo Daniel, perdón por la molestia –dijo sonriendo la chica. –No te preocupes, fue un placer –agregó Daniel. La chica le dio un beso en la mejilla y un abrazo que hizo sonrojar al chico.

-Antes de irte, en qué piso vives, quizás te visite y vayamos a por un café –mencionó Daniel antes de que ella cruzara la puerta, imaginando lo maravilloso que sería que esa chica de ojos cafés que te quitan el sueño, unos labios tiernos y suaves, un cuerpo seductor y delineado, una sonrisa blanca como las perlas, piel de seda y voz encantadora fuera aquella bailarina que lo había enamorado y robado todo pensamiento.

-Yo…vivo arriba, justo arriba de ti –contestó la chica, cerrando la puerta.

El chico quedó atónito, aquella chica tan hermosa…aquella chica que encontró en medio de la lluvia y llevó a casa para ducharse, era…aquella bailarina vecina que tanto anhelaba conocer.

Dedicatoria: Este no es más que otro escrito en la historia de este autor, pero está dedicado a mi pequeña bailarina, a mi amor, a la mujer que amo: Valeria Avila Aguilar, que me mostró la belleza del ballet, que me ha robado el sueño tantas noches imaginando que baila para mí. Esto está completamente alejado de la realidad, esto jamás pasó, nunca la conocí por ser una bailarina en el piso de arriba de mi casa, pero al igual que en este escrito, la conocí por casualidad. Esto es para ti amor, para ti princesa, para ti chica de ojos marrones, sonrisa perfecta y corazón bondadoso…esto es para ti pequeña, por ser mi más grande inspiración.

Por siempre tuyo:
Daniel Valdez

de Daniel V. Publicado en Prosas

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