Los árboles comienzan a secarse por completo, sus hojas habrán caído para dentro de unas cuantas semanas. La acera se cubre de una manta rojiza y crujiente, el viento corre más de lo habitual y ni los edificios nos pueden cubrir del frío decembrino.

Nuestros outfits de invierno son tan disparejos como nosotros mismos, el tuyo tan elegantemente cuidado y el mío claramente salido de mis prisas por dejar mi de casa y la pereza de arreglarme. Mientras dejamos huellas por la calle observo con ternura como pizas las hojas y disfrutas el crujir de ellas a tus pies, a decir verdad sólo mamá hacía eso, es lindo ver que hay más gente que goza las cosas más pequeñas de la vida. Me uno a tu sinfonía de hojas secas y de a poco nos vamos peleando por las mejores, en ocasiones te doy la ventaja y otras me quedo con los mejores ruidos, seguido de esto miro tu mueca infantil de enojo hacia mí y sólo puedo reír. Terminamos nuestro paseo por la alfombra naranjosa con un par de empujones y me guste o no, has ganado esta vez.

A lo lejos, en medio de una pequeña alameda yace un par de columpios vacíos, no sé qué tienen aquellos juegos metálicos, sin embargo suelen ser la manera más linda de pasar el rato con la persona que amas. Quizás sea la carga emocional que poseen, son parte de nuestra infancia, es un lugar donde todos disfrutamos, alguna vez, de la felicidad más plena y sincera que existe, puede que se trate del folclor novelístico que se le ha dado en los últimos años o en su defecto, sea por su habilidad de robarnos el tiempo con su vaivén. Sea lo que sea, tomamos asiento y comenzamos a mecernos: delate y atrás, atrás y adelante. Con cada ida y venida yo recorría tus rasgos uno por uno, trataba de contar tus lunares mientras nuestros pies sobrevolaban el suelo. Creo que jamás te has dado cuenta cuando te observo y hasta cierto punto lo agradezco, me permite enamorarme un poco más de ti en secreto.

No permanecimos mucho ahí, contigo tengo la sensación de no pertenecer a ningún lugar, percibo atisbos de ave en tus brazos, es como si no pudieras estar quieta, como si lo tuyo no fuera eso de andar, como si estuvieras diseñada para volar, desafiar las leyes de la física y despegar en un parpadeo.

Serías la primer mujer ave de la cual me enamoro, en principio suena divertido, incluso romántico, aún así me llena de miedo saber que en cualquier momento extenderás tus alas y te marcharás, quizás dos segundos… quizás para siempre. Si mi hipótesis acerca de tu habilidad para surcar los aires es cierta sólo espero estar ahí cuando emprendas el vuelo, pues si eres ave naciste para ser libre y no para enjaularte.

Andando de regreso al colegio observo de reojo tu espalda, esperando a ver algún rastro de plumaje o extensiones aladas retraídas cuidadosamente en tu espalda; como lo sospechaba: nada. Por mi mente cruza un “eres tonto” claramente lo tuyo no son las alas, son estorbosas y reveladoras. El problema del hombre ha sido buscar la manera de elevarse utilizando forzosamente estos objetos, seguramente tu perfección etérea ha evolucionado a tal punto que las alas y el plumaje son innecesarios. Estoy seguro que levitas como una hoja a merced del viento, dejando una delegada y casi imperceptible estela azul. Sin embargo me parece, casi imposible, jamás haberte visto sobre mí, cruzando los cielos, dicha habilidad no se oculta fácil, porqué tocar el piso pudiendo flotar. Una nueva teoría se formula en mi inventiva: “quizás ella ha olvidado cómo volar, ha olvidado de dónde viene”. Eso lo explicaría todo, explicaría la razón de tu carente sentido de la coordinación al andar, la razón de porque tu mirada se pierde en el paisaje cuando viajas en automóvil, algo en ti debe gritar que tu lugar está arriba, que la tierra jamás será tu hogar, que a donde vayas yo jamás te podré seguir.

He pasado demasiado tiempo sin hablar y comienzas a sospechar, me miras inquisitiva y sólo sonrió, niego con la cabeza que tenga algo en especial y me disculpo por divagar, retomamos nuestra plática y ahora nos dirigimos a un pequeño lugar de comida sana, en especial de fruta y ensaladas: mi favorita. A penas llegamos y la gente ya ha volteado la mirada hacia ti, no los culpo, sueles ser lo más hermoso en cualquier lugar que entras. Con amabilidad pides un vaso hasta el tope de fresas bañadas (o más bien ahogadas) en miel, un fruto demasiado ácido para mi gusto, aunque el jarabe debe de endulzarlo un poco. Esperamos unos cuantos minutos sentados en una mesita al fondo, ocultos de las miradas indiscretas e intercambiamos sonrisas y carcajadas, disfrutamos del molestarnos el uno al otro con pequeñas bromas pesadas. Al recibir tu amada fruta nos marchamos, ahora en busca de un asiento que le haga justicia a tu ociosidad (en retrospectiva, hemos caminado más de lo que sueles), una banca sobre la acerca es la elegida. Mientras te deleitas con tus fresas melosas mi mente comienza a divagar de nuevo, ahora ideo una manera con la cual recobrar tus recuerdos voladores, las opciones son muy pocas y a menos de que nos lancemos de un edificio, no tengo nada más. Robo un par de frutos rojos de tu aperitivo y vuelve esa mueca infantil, amo cuando finges enojarte conmigo, eres por completo una niña pequeña.

¡Eureka! Una bombilla se enciende en mi mente, a la par tu móvil vibra y lanza un tono monótono. Mientras atiendes la llamada mi taller creativo diseña las bases de mi obra, distraído no me percato de que la llamada que has recibido anuncia nuestra separación. Habíamos pasado demasiado tiempo junto como para que siguiera tan bien como hasta ahora, supongo que debía de imaginarlo, tu chico quiere verte y aunque una parte de ti lo ansiaba, en tus ojos puedo notar la pena de marcharte. Te llevo con él sin reparo, lo que menos quiero es que vuelvas a tener un problema amoroso por mi presencia, me despido de rápido y me marcho a casa. Me entristece separarnos, mas no puedo perder el tiempo, mi idea comienza a cobra forma, funcionará… estoy seguro.

Llego a casa con el corazón agitado, rebusco entre el mar de materiales y basura que hay en mi habitación, a la derecha lo que sirve, a la izquierda lo que no y en medio lo que posiblemente funcionaría, pero no sé cómo hacer que lo haga. Entre los bonches enormes de papelería me llego a encontrar con partituras, algunos escritos inacabados y uno que otro pagaré del banco, suelo detenerme cada dos para leer un poco (maldita mi curiosidad y mala memoria). Evito distraerme lo más que pueda y así, en cuestión de una hora y media logro juntar los materiales suficientes.

En la sala ordeno de menor a mayor utilidad mis elementos, con rapidez desmonto las puertas de mi hogar y las colocó horizontal en un rincón, hago lo mismo con un grupo de estantes de madera, necesitaré la mayor cantidad que pueda juntar. Enciendo el ordenador y me sumerjo en la internet, leyendo un poco aquí y allá sobre carpintería y diseño. Los nervios comenzaban a invadirme, estaba casi seguro que mi plan llegaría más pronto a su fin de lo que había planeado, yo no tengo todas esas habilidades.

Antes de rendirme realizo un último intento, tecleo unas cuantas palabras en el buscador de videos y enseguida millares de resultados brincaron; si algo se sabe hoy en día es que la mejor escuela es la red, ya no hay imposibles. Después de ocho horas frente a la pantalla, doce tazas de café y dos de té relajante puedo decir que me he vuelto todo un experto en la modelación de madera, papel, metales; había tomado los mejores cursos de vuelo y leído todas las advertencias que esto conlleva, incluso me di a la tarea de elaborar una pequeña guía con los puntos a considerar en la historia del hijo de Dédalo. No perdí más el tiempo y puse manos a la obra, al final no era tan difícil, cortaba un poco por aquí, otro poco por acá, celo e hilo unían poco a poco mi diseño.

Para las once y media de la noche mi obra estaba lista, despacio la plegué y la llevé a la azotea, teniendo cuidado que los escalones o paredes no desbarataran el artefacto. En cuanto cruce el portal que daba hacia fuera el aire reclamo a uno de sus hijos, mi máquina rápidamente desplego sus alas ansiando volar, la sostuve lo más fuerte que pude, evitando que me elevara con ella, sin perder tiempo cogí un pedazo de cuerda viejo y la até a la pared, asegurándola con un poco más de celo.

El tiempo que me había costado elaborar tal monstruosidad se veía compensado con su necesidad de salir de ahí por los aires. Aún tenía algunas cuentas que hacer y ciertas pruebas de aerodinámica que mi “guía del mejor piloto” me resolvería. En cuestión de horas había logrado lo que ni Da Vinci, ni Ícaro habían conseguido: un par de alas funcionales e inflamables, reajusté el mástil principal y coloqué una capa extra de papel maché en las extremidades. Aseguré las uniones con unas cuantas martilladas y un rollo extra de celo. Con cuidado ensamble la maquina voladora a un pequeño dispositivo en mi espalda unido a un peto (videos de costura estuvieron involucrado es este diseño): su peso era soportable, me costaba mantener un poco el equilibrio, mas con un par de caminatas cogías la maña. Volví a checar cada detalle, cada seguro y unión de la máquina, deseaba evitar una muerte instantánea al menos esta noche. Me armé de valor y me posé al filo del tejado, miré al piso y no pude evitar sentir una mezcla de nerviosismo y emoción, suspiré.

 

¡Maldición! El techo es demasiado bajo para hacer la primera prueba de vuelo real, la guía indicaba que al menos se tuviera una distancia de seguridad para aterrizar con los menores huesos rotos posibles. Si saltaba desde este lugar lo único que lograría sería que la máquina se destrozara y mi cara contra el piso, perdiendo todo vestigio de belleza varonil. Era demasiado noche para buscar un precipicio lo suficientemente alto, lo mejor sería esperar al amanecer, un poco antes de que el sol salga, así ningún ave podrá sentir envidia y me libraré de cualquier intento de asesinato por alguna parvada entrometida.

Son las cuatro veinte de la mañana, el frío en las montañas es jodidamente infernal, mis huesos se congelan y mis dientes no dejan de tiritar. Soplo un poco entre mis manos para calentarla, bebo un sorbo de café con whisky de un termo para calentarme. Esperaré que los primeros rayos del astro rey acaricien la tierra para emprender el vuelo. Te he dejado un mensaje en el móvil, reza lo siguiente: “hola, parecerá una locura, sin embargo he resuelto nuestro problema. A partir de hoy si sales volando yo iré contigo, te seguiré sobre el mar o hasta el sol (descuida, no se incendian). Buenos días, te quiero, te veo pronto… mantén la mirada en el cielo”. Espero que con eso fuera suficiente, no quería darte tantos detalles y arruinar la sorpresa de cuando me veas descender por ti.

Es hora, el sol se asoma, le doy un último chequeo a la máquina, al peto y al dispositivo que nos une, le doy una pasada a mi manual de vuelo y a mi guía de pilotaje, repaso los errores de Ícaro y me grabo en la cabeza “no volar al sol”. Ajusto los alerones, la cola de la máquina y el pequeño timón, sobre mis ojos coloco unos googles y cubro mi boca y nariz con una especie de bufanda. Está todo listo, de a poco me acerco al acantilado, y justo cuando estoy al borde miro al cielo, el piso puede ser algo aterrador, pero el cielo es hermoso desde esta altura, un límite más el cual romper y lo haremos juntos. Cierro los ojos, respiro profundamente y salto, mientras el aire choca contra mi rostro una sola imagen vive en mi mente: tú y tu sonrisa. Pronto volaremos juntos.

Ella

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Ella yacía recostada sobre las sábanas rojas de seda. Sus ojos marrones despertaban mis sentidos como un café expreso a las cinco de la mañana. Su piel, bronceada, era tan suave como el rostro de un bebé. Su cuerpo; sus hombros, su espalda, sus pechos, su cintura, su vientre, sus caderas, su sexo, sus piernas y sus pies; parecían la mismísima representación de la perfección absoluta.

Su sonrisa, tan hermosa como la Luna en su Cuarto menguante, hacía que en mi corazón, una llamarada se encendiera, ardiendo dentro de mí. Su voz, el dulce canto de un ángel, me hipnotizaba a diario al despertar. Su soltura al bailar le asemejaba a una sirena luciéndose en las profundidades del océano.

Su mirada, de esas que al encontrarse con la tuya, te despoja de tu ser por completo, te hace sentir tan vulnerable, penetrando hasta lo más profundo de tu alma sólo para hacerte sentir que sigues vivo. Su forma de andar, de sentarse, de leer, comer, dormir y hasta soñar; la hacían una estrella tan radiante como el Sol. Ella poseía un encanto natural, ella había nacido para ser admirada por nosotros los humanos, tener la oportunidad de ver a un ángel en la tierra.

Podría describir un sinfín de cosas que me encantan de ella, mas me temo que ni todo el papel del mundo alcance para plasmar su perfección a detalle. Ella se convirtió en el sueño que nunca soñé, en la perfección que jamás esperé, en la droga que nunca probé, en el futuro que nunca anhelé…ella se convirtió, en la chica que nunca imaginé.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Avifors

Avifors

El cielo inundaba sus ojos, el tono gris del día acariciaba su rostro, Lo que daría por poseer alas y emprender el vuelo, alejándose de aquel insulso mundo en donde los humanos se destruyen. Lo que daría por tener alas para subir, subir hasta la cima del cielo…a donde ningún hombre ha llegado.

*Avifors: Hechizo que permite transformar un objeto en un ave. (Harry Potter)

Suicidio en Do menor

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Suicidio en Do menor


Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi, do, mi, sol, mi. Aquellas notas rebotaban por todo el cuarto, cuatro paredes encerraban la agonía de aquella chica. Envuelta en llanto, sus ojos se perdían por la ventana, mirando a la urbe, que corría sin detenerse, el tiempo no espera a nadie.

Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Cada nota caía al unísono de sus latidos, la triste melodía del piano acariciaba sus mejillas, recogiendo sus lágrimas y su vida. Sobre una mesa de noche yacían sus más grandes posesiones: una caja de cigarrillos, una cuchilla, un reloj viejo y una cajita en donde dormían sus sonrisas.

Do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Se detuvo, levantó su esquelético cuerpo del acolchonado asiento, para dirigirse a donde los cigarrillos, cogió uno, lo encendió con el mechero que guardaba en su bolso. Dio una bocanada al tabaco y la exhaló suavemente, como si estuviera dibujando en el aire. Acto seguido, cogió la navaja, el reloj y su caja de sonrisas. Dejó todo encima del piano, ordenándolo, como piezas de domino a punto de ser derribadas.

Abrió lentamente el estuche, sacó una sonrisa ya muy vieja, la desempolvó dando un soplido, la sostuvo con ambas manos y se la colocó encima de los labios. El sabor de aquella sonrisa sabía a verano, tenía un sabor muy peculiar, sabía a familia, a romance, quizás sabía a amor, con un toque de atardecer. Esa era su sonrisa favorita.

Tomó el reloj, aún tocaba su hermoso tick-tack de siempre. Lo hundió en lo más profundo de su bolsillo, si te quedabas en silencio, podías escucharlo, la chica se sintió por un instante como el cocodrilo de Peter Pan, aquel que nos enseñó que el tiempo persigue hasta al más temible pirata.

El plan para la cuchilla se llevaría a cabo. Muy suavemente, con delicadeza, posó el filo plateado sobre su muñeca izquierda. Las lágrimas resbalaban por su cuello, era hora. Cerró los ojos y se imaginó enfrente de millones de personas, en un auditorio enorme, digno de la Orquesta Sinfónica de Londres. En primera fila, se encontraban sus familiares, amigos y su antiguo romance. Un piano, desde la sombras, gritaba el arpegio de Do menor: do, mi sol, mi, do, mi sol, mi. Un suspiro lento y suave resbaló por sus labios, estaba lista. Con firmeza, hizo que el filo de la cuchilla patinara por su muñeca, adelante, atrás, adelante, atrás, como si tocara el Celo, era maravilloso, la música escapaba por sus venas, cada vez iba más rápido, le faltaba el aliento y justo al llegar al clímax, su corazón dejó de latir…cubriendo aquella habitación en un orgasmo de silencio.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Viernes de chocolate

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Viernes de chocolate

Era una tarde noche cualquiera, caminábamos por la acera tomados de la mano.  Ella, como siempre, lucía su belleza como una rosa en plena primavera y yo era el vivo retrato de la simplicidad y lo extraño. Hablábamos sobre nuestro día en el cole, reíamos de alguna tontería que dijera el otro, saludábamos a algunos chicos que pasaban por nuestro lado; nos perdíamos en nuestras miradas, matándonos a besos, sonriendo el uno para el otro; seguro dirían que somos una pareja “perfecta”.

De un momento a otro estábamos parados justo enfrente de un pequeño local de bebidas: chocolate, café, té, etc.

-¿Quieres algo de aquí amor? –pregunté amablemente.

-Ammmm –dudando me contestó-. ¿Un chocolate?

-¿Quieres un chocolate? –pregunté de nuevo, para rectificar.

-Sí amorcito.

Nos acercamos al pequeño puesto para pedir.

-Lo molesto con un chocolate, por favor.

-¿Caliente, tibio, frío…? –nos preguntaron.

-Ammmm –miré a mi novia-.

-Caliente –contestó ella.

-Ok. –contestó un hombre detrás de un mostrador.

El hombre que atendía fue muy amable, me agrado mucho, es de ese tipo de persona que te hace sentir a gusto y te trata con mucha educación sin querer intentar hacerte plática o bromear con algo si chiste. El hombre de unos quizás cuarenta y algo preparaba el chocolate mientras yo abrazaba a mi chica y la besaba. Cuando aquel elixir café dejó que su olor inundara mi nariz mi estómago rugió y pidió a gritos que nosotros también compráramos uno.

-Lo molesto con otro chocolate, por favor. Tibio

-Claro que sí –me contestó con ese tono tan amable.

En cuanto nos entregaron nuestra orden completa, pagamos y nos despedimos de tan agradable servicio, tomamos rumbo a casa.

Llegamos al pequeño departamento que alquilábamos, no era gran cosa, era sólo momentáneo. Pasamos por la pequeña sala de estar para botar nuestras mochilas, los zapatos, los abrigos y el peso de todo el día. Con nuestras bebidas calientes en manos, nos dirigimos a la recámara.

Era un cuarto, igual, pequeño, constaba de cuatro paredes pintadas de color salmón, una cama con sábanas rojas y un par de almohadas, un armario con más ropa de ella que mía, una ventana cubierta por una cortina semitransparente que dejaba pasar la luz de la luna perfectamente y un pequeño sillón (mi favorito) en donde muchas veces nos sentamos a mirarnos fijamente, intercambiar besos y te amos, soñar juntos, dormir abrazados.

Cuando entramos, directamente fuimos a sentarnos en el sillón Ella tomó asiento primero, cruzando las piernas y dándole un sorbo a su chocolate, yo, hice una parada en un pequeño mueble en donde guardaba una gran cantidad de hojas, hojas gastadas, tatuadas con tinta…eran mis escritos. Rebusque entre mis relatos alguno que se adecuara con la noche, algo quizás romántico o de aventura, quizás algo de suspenso o un poco de misterios, quizás podría escoger un poema, quizás una prosa sin título, pude escoger infinidad de letras, pero hubo uno que me sacó una sonrisa al leer su título.

“Messaggio” (“Mensaje”, en italiano). Un escrito de hace tiempo, para mí, uno muy bonito y casi perfecto. Suspiré al tomarlo. Me dirigía hacia mi pequeña, me senté a su lado, recostándome en el sillón para que ella quedara recargada en mi pecho. Sorbo tras sorbo de chocolate, yo comenzaba a leer:

-“Calles grises y focos de led adornaban la ciudad con un tono melancólico, se acercaba la Navidad, y como todos los años, las personas estaban alborotadas por los regalos, la comida y no sé cuántas cosas más.

Caminábamos tomados de la mano, yo, me perdía en sus ojos, es su sonrisa y en su aroma. Cuando ella me miraba la besaba al instante, quizás porque no sabía que decir, con ella, jamás sé que decir, de un momento a otro siento que el diccionario entero se llena de una sola palabra, una palabra para enunciar a la belleza misma, una palabra que carecería de significado si ella no la llevara como nombre; esa palabra formada por siete letras y tres sílabas…”

A momentos, me detenía para besarla y mirarnos. Retomaba la lectura y el proceso se repetía, los minutos volaban, la noche era nuestra, el tiempo no existía.

“Apoyé mi cabeza en el asiento, quería conciliar el sueño por un rato, faltaban unas cuanta paradas más. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos el móvil comenzó a vibrar y a emitir el pequeño tono de “Lágrimas Negras” de Scar. Saqué el teléfono de mi bolsillo izquierdo y noté el aviso: Nuevo mensaje. Era ella, el mensaje, era de ella.”

Al término de la lectura, ella bostezó, sus bostezos, para mí, son una de las cosas más tiernas que he visto en la vida, literalmente, parece que sus bostezos son de una bebita. Dejamos los vasos vacíos a la orilla del sillón, me levanté para estirarme para después cargarla en mis brazos y llevarla a la cama. La recosté, la desvestí, boté su ropa en donde fuera, cogí del armario su pijama y se la puse, ella reía cuando la vestía, ponía resistencia y a veces no se dejaba vestir…ay, toda una pequeña niña. Cuando por fin la deje lista para dormir, yo me quité la camisa, dejando mi torso desnudo y el pantalón lo cambien por uno deportivo. Metí a mi chica bajo la sábanas y me recosté a su lado, la abracé, le di su beso de buenas noches y le susurré al oído.

-Te amo princesita. Descansa.

de Daniel V. Publicado en Prosas

Noche de cuentos

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Era hace una vez en el reino olvidado de Arkadia, una princesa de cabellera oscura, ojos marrones de esos que te quitan el sueño, labios dulces y delicados, un cuerpo seductor delineado por el mismísimo Dios y un corazón tan puro que conquistaría al temible dragón Ícaro de las mazmorras de Blane. La princesa llevaba de nombre Carter, un nombre curioso para una chica no. Ella había sido capturada por el malévolo hechicero Magnus de la región del bosque de los suicidas, usando magia negra y maldad creó a un monstruo hecho de tijeras filosas haciendo imposible acercársele.

A pesar de no poder tocar a ese monstruo de tijeras, la princesa estaba obligada a abrazarlo cada noche, cortando su hermoso cuerpo y derramando ese líquido escarlata sobre las rocas silenciosas de la Cueva de Factis. Las lágrimas de la princesa se derramaban a diario, entre la noche ella pedía auxilio a los cuatro vientos, ser salvada, ya no quería sufrir.

Todos los habitantes de Arkadia sabían sobre la princesa Carter, pero sus intentos de salvarla eran en vano, ese ser filoso asesinaba a diestra y siniestra a todos los guerreros que lo desafiaban…la princesa parecía no tener esperanza. Hasta que un día, de las tierras frías de Reux un joven delgado de cabellera castaña, tez morena clara (extraño) solitario y pesimista llego al reino olvidado. Al llegar, la historia de la princesa llegó a sus oídos en cuestión de minutos y sin pensarlo, fue corriendo a la armería del pueblo, cogió una espada de plata con mango de diente de lobo negro, proveniente del rio Hellum.

Corrió y corrió a toda prisa hacia la Cueva de Factis a por la princesa, el sudor de su frente era frío, el chico, de nombre Daleck, tenía miedo, miedo a morir a manos de esas tijeras, pero algo en su corazón le decía que esa princesa lo necesita. Cuando llego a la entrada de esa sombría cueva, empuñó la espada y fue con todo el valor del mundo a degollar a ese monstruo de tijeras, acercarse le costó un par de cortes en sus brazos, piernas, pecho, abdomen y cara, pero no le importó, pues el deseo de ayudar a esa princesa le daba fuerzas para seguir. Cuando asesinó por fin al malévolo monstruo fue corriendo a la entrada de la prisión de la princesa Carter. De un golpe rompió la cerradura y cuando entró…vio a la princesa llorando, con la mirada perdida, Daleck fue corriendo a sus lado, la abrazó, le beso y le dijo:

-Tranquila pequeña, yo te cuido.

Cuentan las leyendas que aún ven a esa feliz pareja navegando por la orilla del rio Hellum en compañía de los lobos negros cantándole a la luna. Daleck escribe poemas a diario para su princesa, besa sus cicatrices y ella las de él, se cuidan el uno al otro…dicen las leyendas que vivirán felices para siempre por el resto de los tiempos. Fin.

***

-Ahora a dormir niños que mañana deben ir al cole, papá debe ir a trabajar al igual que su madre –les dijo el hombre a sus hijos.

-Por favor papi, sigue con la historia –dijo la menor de sus hijas.

-No puedo Annie, tu mamá me espera, sabes que no duerme si yo no estoy en la cama. Descansen hijos.

-Buenas noches papá –gritaron al unísono los tres niños (un varón y dos pequeñas).

-Hasta mañana Dante, hasta mañana Alice, hasta mañana pequeña Annie. Descansen –se despidió el padre besando a cada uno de sus hijos y cerrando la puerta tras de él.

Al llegar a su alcoba, su esposa preguntó. -¿Y ahora qué historia les contaste?

-La historia sobre la princesa de Arkadia –dijo el hombre metiéndose bajo las sábanas.

-Cariño, me encanta que les cuentes historias a los niños. Mi gran escritor –le susurro la mujer a su esposo, le dio un beso en los labios y lo abrazó.

-Descansa pequeña…yo te cuido –agregó el hombre antes de apagar la luz.

de Daniel V. Publicado en Prosas

La bailarina vecina

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La bailarina vecina

La última caja de mudanza estaba dentro de aquel apartamento color gris apagado, piso de madera, paredes desgastadas, techo blanco cubierto de polvo y telarañas, cuatro cuartos: la sala de estar, el cuarto de baño, una recamara y la cocina, no era nada extravagante, pero bastaba para vivir. El chico recién llegado era un tipo con pinta de estudiante aburrido, cabellera castaña, ojos marrones, sonrisa poca estilizada, una barba de hace una semana, playera negra de cuello en V, jeans gastados color azul marino muy oscuro (casi parecía negro), un par de converse negros; típicos de la sociedad joven. Su edad rondaba por los veinte años, su carácter era frío e insípido, enigmático, me atreveré a llamarlo, su mirada era apagada, como si no hubiera vida en sus ojos.

Cerró la puerta del apartamento estrepitosamente con la pierna, dejó la caja, que llevaba en brazos, justo delante de una ventana llena de polvo. Lanzó un suspiro al aire sabiendo que tendría que limpiar todo antes de poder instalarse. Puso manos a la obra, comenzando primeramente por el cuarto de baño, siguiendo con la recamara, la cocina y por último la sala de estar. Pasaron así unas cuatro horas, quizás cinco. Cuando por fin terminó, se sentó en un gastado sillón a devorar una pizza que pidió de un establecimiento al doblar la esquina de la calle Villa Cuervo.

Al dejar la caja de pizza sin una migaja se propuso a desempacar. Primero la recamara: sus sabanas y cobertores fueron encima de la cama, sus ropas en el armario y cajones, sus objetos personales como libros, recuerdos, medallas de algunas competencias y otras curiosidades tuvieron lugar en una pequeña cómoda al lado derecho de su cama. Lo que le siguió fue el cuarto de baño, jabón, pasta de dientes, el cepillo, una toalla para las manos y otra para cuando saliera de bañarse (era seguro que se bañaría esa misma noche), un rastrillo para afeitarse en la mañana. Le siguió la cocina que se apresuró a llenar con comida fresca, platos, cubiertos y todo lo demás en las alacenas.

Lo más fácil fue la sala de estar, colgó unos cuadros obra de un loco artista que adoraba los vampiros y todo lo que tiene que ver con la oscuridad de la noche. Una mochila quedó arrumbada por un rincón, algunos discos compactos adornaban los laterales de la televisión que descansaban en un mueble, un reproductor de DVD y una XBOX eran todo el entretenimiento que necesitaba aquel chico.

Por fin llegada la noche, el chico decidió tomar una ducha. Se dirigió hacia la recamara y tomó ropa limpia, todo exceptuando una camisa (era de noche y hacía mucho calor). Entró al cuarto de baño cerrando la puerta. Se apresuró a abrir la llave caliente de la regadera y quitarse la ropa sucia, en el móvil puso un tracklist relajado, música clásica, baladas y demás. El agua acariciaba su cuerpo lleno de sudor y tensión acumulada por el cambio de dirección, veinte minutos se le pasaron volando dentro de la regadera, al percatarse de ello decidió salir: cerró la llave, salió de la regadera, tomó la toalla para secarse, al quererse vestir se dio cuenta que olvidó la ropa en la estancia, así que cubrió su cintura hacía bajo con la toalla y salió a buscar la ropa limpia. Para cuando la encontró el frío se había apoderado de su cuerpo…se puso rápido la ropa interior, seguido de unos jeans viejos y sus tenis. Cubrió su torso con la toalla para quitarse es frío que le helaba la piel.

Al cabo de unos minutos, el joven decidió ver una película, rebuscando entre su colección entro la indicada para esa noche de cambios. Would you rather? (¿Qué prefieres?) Era el título que rezaba en la tapadera del DVD que descansaba en las manos del chico, una película algo sangrienta en donde Sasha Grey, salía sin hacer ningun acto sexual, pero ella no era la actriz principal en esta película, para eso debes dirigirte a alguna página pornográfica y teclear Sasha Grey, inmensa cantidad de vídeos y películas que encontrarás de ella. En fin, regresando a lo importante, la película comenzó, el chico se había hecho de un tazón de palomitas de mantequilla y un refresco sabor manzana sin gas (dado que el chico lo había agitado toda la tarde para eso). Las primeras escenas fuertes salían a la luz, eso es lo que le gustaba al chico, sangre, sangre y más sangre.

Eran las doces de la madrugada, el film estaba por terminar, era la parte en donde la ex-actriz  porno, moría ahogada por su propia decisión al abrir ese sobre sorpresa que el anfitrión había puesto frente a ella. De repente, una puerta cerrándose se logra escuchar en el departamento de arriba, el chico saltó por el ruido que hizo. –Quién llega a casa a estas horas –dijo para sí mismo. Dejó de preguntarse y regresó a ver la película, pero el ruido del vecino de arriba era cada vez más fuerte, pasos y pasos por todo el suelo que para el chico, era su techo, música clásica sonaba dentro de aquel otro apartamento.

A pesar de tener un ruido molesto en su techo, el chico pudo dormir bien, pero no fue hasta la mañana siguiente que conoció a su vecina, sí, era una chica. La música clásica sonaba a todo volumen, pasos y pasos la acompañaban como una bella danza, el chico estaba seguro de que su vecina era bailarina, a juzgar por la música era una bailarina de ballet clásico. Así pasaron horas y horas de ardua práctica de baile.

Ella danzaba y el chico panza arriba en el sillón, escuchando el arte de su vecina, imaginando cómo sería ella, sabía que esas danzantes mujeres solían ser jóvenes, muy hermosas y un deleite a la vista. Una nueva adicción se había formado en la cabeza del chico…era ella, ella se volvió su profunda adicción. Día tras día, soñaba con ella, cómo sería, qué tan bella sería, si él le agradaría, era todo un misterio. Podría parecer imposible, pero con cada paso, cada salto, él se enamoraba de ella sin siquiera conocerla.

Tantas veces bajando por las escaleras imaginó encontrarse con la misteriosa bailarina del piso de arriba, pero era difícil saber quién sería ella. No había nada más en la cabeza del chico, su llegada al departamento era para esperar los pasos de la bailarina en su techo, imaginarla bailando sólo para él, sonriéndole, amándole. Ella siempre era puntual, a las seis de la tarde comenzaba su rutina y la odisea del chico.

Pasó un mes, el chico se dirigía a su hogar en un día lluvioso, cuando encontró a una chica fuera del edificio empapada esperando bajo el pequeño techo de la entrada.

-Hola –dijo el chico-. ¿Vives aquí?

-Sí, pero se me han olvidado las llaves en el apartamento –contestó la chica entre temblores.

-Okey, descuida, yo te abriré y si quieres puedes quedarte en mi departamento, podrás secarte, quitarte la ropa mojada y darte una ducha –le ofreció el chico también empapado.

-Gracias, pero no quiero molestar.

-Descuida, no molestas. Soy Daniel, mucho gusto –le tendió la mano mientras con la otra se sacaba las llaves del bolsillo de la chaqueta.

-Soy Vale…bueno, Valeria, pero llámame Vale –le dio la mano.

-De acuerdo, Vale. Ya está, entremos, subamos a mi apartamento.

Uno, dos, tres….veinticinco, veintiséis escalones subieron para llegar al departamento del muchacho. Abrió la puerta lo más rápido que pudo dejando entra a su nueva conocida. –Siéntete como en casa –te prepararé algo mientras te das una ducha, hay ropa en mi recamara, unas playeras y unos jeans es lo más que puedes encontrar –mencionó Daniel-. No te preocupes por ducharte, puedes ponerle seguro a la puerta del baño, no es que sea nadie peligroso, pero así estarás más segura.

-Sí, gracias…voy a… -la chica se sonrojó, se apresuró a buscar ropa y entró al cuarto de baño. Se deshizo de la ropa mojada, abrió la llave caliente del agua, espero unos momentos y entró. El agua resbalaba por sus hombros, sus pechos, su vientre, su sexo, sus piernas hasta sus pies. El calor era reconfortante después de helarse fuera del edificio. Al salir de la ducha, Daniel le esperaba con un rico platillo de salmón con almendras. La cena es lo de menos, apenas si esbozaron palabra.

En cuanto Valeria terminó ambos se despidieron, al parecer el dueño del edificio ya había logrado abrir el apartamento de la chica. –Gracias de nuevo Daniel, perdón por la molestia –dijo sonriendo la chica. –No te preocupes, fue un placer –agregó Daniel. La chica le dio un beso en la mejilla y un abrazo que hizo sonrojar al chico.

-Antes de irte, en qué piso vives, quizás te visite y vayamos a por un café –mencionó Daniel antes de que ella cruzara la puerta, imaginando lo maravilloso que sería que esa chica de ojos cafés que te quitan el sueño, unos labios tiernos y suaves, un cuerpo seductor y delineado, una sonrisa blanca como las perlas, piel de seda y voz encantadora fuera aquella bailarina que lo había enamorado y robado todo pensamiento.

-Yo…vivo arriba, justo arriba de ti –contestó la chica, cerrando la puerta.

El chico quedó atónito, aquella chica tan hermosa…aquella chica que encontró en medio de la lluvia y llevó a casa para ducharse, era…aquella bailarina vecina que tanto anhelaba conocer.

Dedicatoria: Este no es más que otro escrito en la historia de este autor, pero está dedicado a mi pequeña bailarina, a mi amor, a la mujer que amo: Valeria Avila Aguilar, que me mostró la belleza del ballet, que me ha robado el sueño tantas noches imaginando que baila para mí. Esto está completamente alejado de la realidad, esto jamás pasó, nunca la conocí por ser una bailarina en el piso de arriba de mi casa, pero al igual que en este escrito, la conocí por casualidad. Esto es para ti amor, para ti princesa, para ti chica de ojos marrones, sonrisa perfecta y corazón bondadoso…esto es para ti pequeña, por ser mi más grande inspiración.

Por siempre tuyo:
Daniel Valdez

de Daniel V. Publicado en Prosas

La princesa suicida

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Conocí a una princesa, de ojos marrones y de negra cabellera, de labios seductores y sonrisa pintada con acuarela. De vestido gris como la niebla y zapatillas blancas como la luna llena. Se trataba de la Princesa Suicida que gobernaba en algún sitio del país de las pesadillas.

El Reino de los espejos rotos se llamaba sus tierras, sembradíos de rosas y miles de tijeras adornaba las casas y ciudadelas. Conté sus cortes: uno, dos, tres, cuatro; cuatro cortes en cada brazo. Un líquido carmesí corría por sus manos, se deslizaba por un par de tijeras en su regazo.

Levanté su rostro, sequé sus lágrimas, me miró fijo y me abrazo sin previo aviso. –¿Qué pasa? –pregunté entristecido. Me miró de nuevo inundándome con su aliento tan frío. –Nada. –dijo entre llantos. Tome sus manos, -A mí no me engañas pequeña princesa. Y sin vacilar, le besé con delicadeza.

Probé sus dulces labios que se mezclaban con lágrimas, sus muñecas aún sangraban, la sangre brotaba y la vida de ella escapaba, si no hacía algo su alma sería quebrantada. La besé con más fuerza, sostuve sus muñecas manchándome con sangre de ella, el rojo escarlata se detenía poco a poco, sentía que su rostro se ponía rojo, quizás fue el beso o al vida que regresaba, cuando me alejé de ella me atrapó su mirada. Sus ojos tan tiernos llenos de delicadeza, juré que me enamoraría de ella. Me volvió a besar, tirando las tijeras, las tomé y le dije a ella: -Anda, tiremos esto al río, seguro tu reinado sería mejor con un amigo. Me tomó de la mano, jamás me dio aviso de sus caricias, pero mis dedos jamás respondían, quedaban inmóviles antes sus sonrisas, antes sus miradas tan iluminativas.

El país de las pesadillas tenía nueva reina, esta vez su mundo eran sonrisas y a pesar de no ser un príncipe de la realeza, la tomé como esposa un día de primavera. Creando así el Reino de las lágrimas de acuerela en donde todos los amantes harían el amor por jardineras y escaleras, en donde todos serían felices sin tijeras, sin calaveras.

de Daniel V. Publicado en Prosas

La muñeca degollada

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Tantas veces he querido renunciar a mi camino, dar un paso adelante en ese oscuro abismo, terminar con todo, con la vida, con el tiempo, con lo que ayer me dejó el corazón seco. Dejar atrás cada sueño, cada anhelo, dejar de hacerme el tonto y que mis latidos marquen cero.

Estoy agotado, cansado de luchar sin ver fin a la pelea, estoy agobiado por las lágrimas que resbalan por esta, mi correa; que me ata, que estrangula mi esperanza y a cada sonrisa, de mi rostro arrebata.

Y yo, ahí me encontraba, a lado de la muñeca degollada, me miraba con desdén con esos enormes ojos, a lado, tijeras ensangrentadas me susurraban. De mi cuello, borbotones de sangre corrían, mientras a mis ojos se les escapaba la vida.

En las paredes, la sangre rezaba, –Estoy muerto, siempre lo estuve-. Mi corazón pequeños latidos daba, mi último aliento ya más no lo sostuve. La muerte me besó, sus manos se postraron sobre mi rostro, toda esperanza a mi cuerpo dejó, sin protesta alguna, el fin me alcanzó.

de Daniel V. Publicado en Poemas

Salto al vacío

Salto al vacío

El chico miró ese parque con melancolía, recordando aquellos días grises de su infancia donde niños por montones jugaban al futbol con porterías hechas con piedras. A ese extraño chico jamás le gusto jugar al balón, jamás le gustaron lo coches o tomar refresco en las fiestas, el sabor de esa bebida le causaba arcadas.

Ahora que era mayor, seguía siendo el chico solitario sentado en cualquier baile, aislado del mundo exterior, creando amigos imaginarios entre páginas arrugadas de un cuaderno viejo. El boli, su único confidente, el que tatuaba en tinta los más oscuros sentimientos del insípido corazón del muchacho.

El cielo insulso brillaba más que otros días, lastimaba lo ojos ver tanta hipocresía en la gente, ver tantas sonrisas falsas por la calle, ver a tontos escribiendo por chat “Jaja” estando más serios que un guardia. El chico hubiera deseado pasar en frente de cada persona en aquella lúgubre avenida y gritarles: -¡Jodete!-

Al no poder hacer lo anterior, se levantó de la banca en donde contemplaba al mundo y tomó camino a su departamento. Al llegar, salió al balcón, lanzó su cuaderno y bolígrafo hacia la calle transitada de Londres, acto siguiente, tomó impulso y se lanzó hacia el vacío, cerró los ojos mientras caía, dejándose llevar en los brazos de Morfeo y así, despidiéndose de este mundo de mierda.

de Daniel V. Publicado en Prosas